Hace tantos años
que fui pequeña que no recuerdo ningún juguete en especial; pero sí viene a mi
recuerdo la pasión que sentía por las muñecas. Mi infancia se desarrolla por
los años setenta y por aquellos tiempos la sociedad era más machista que en la
actualidad. Las niñas jugábamos a cosas de niñas y yo como buena niña también
lo hacía.
Me encantaba
vestirlas, desnudarlas, peinarlas y cuidar de ellas; pero entre mimos y
dedicación también les hacia alguna que otra faena. Recuerdo que les cortaba el
pelo, no eran estilismos normales, no, yo no me iba a conformar con un cambio
de estilo convencional y las rapaba casi al cero. Pobrecitas quedaban feísimas.
Era parte del juego. En una ocasión, operé a una de ellas, sí, sí, el quirófano fue improvisado, la lamparilla
de la mesita de noche. Muy mala suerte tuvo la pobrecita ya que cuando entró en la sala de operaciones, rozó
su pierna con la bombilla incandescente de la lámpara y se quemó. Quedó así
para los restos.
Supongo que algo
pasaría por mi mente para hacer estas trastadas. Para Freud el juego sirve de
catarsis. La verdad es que siempre me gustó mucho experimentar y todo lo que
caía en mis manos corría serio peligro. Formaba parte del juego.
Los juegos y los
juguetes de la infancia han sido y serán una necesidad universal y atemporal,
por lo que las maestras y los maestros
de infantil no podemos olvidarnos de este
aspecto y debemos dar repuestas a
esta necesidad de nuestros alumnos como a cualquier otra.
Espero que
vosotr@s también hayais podido desahogaros con vuestros juegos. De eso se
trata.
Maica
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