¿Por dónde empezar? Como la primera hija, nieta y sobrina en
mi familia no podía quejarme en cuanto a juguetes. Pero pensando y pensando,
entre los juguetes que con más cariño recuerdo está mi caballo rodeo, de la
marca Chicco. Aún recuerdo cuándo, sin pedir permiso, cogí un corrector líquido
y le pinté el pelo, la cola y la silla de montar con torpes pinceladas, para
conseguir que fuera del todo blanco. Al final, el corrector se terminó antes de
poder cubrir todas las partes y, al no poderse limpiar con nada, quedó
personalizado para siempre.
También recuerdo mi coche fantástico. No sé de dónde salió
ni quién me lo regaló, solo recuerdo el parpadeo de sus luces mientras emitía
ruidos muy raros, que era teledirigido, que hablaba y que podía girar sobre sí
mismo. Pero este no era mi único juguete motorizado. Una navidad, los reyes
magos me trajeron una vespa roja. Aunque eso es lo que yo recuerdo, porque según
mi padre me subí en ella en el Continente (ahora Carrefour) y no hubo quién me bajara
de ella. Recuerdo que me encantaba recorrer la entrada de la casa de mis
abuelos montada en ella, mientas aceleraba y tocaba el pito. La conservé muchos
años, pero no soportó en paso de mis dos hermanos menores. Una pena.
Yo vestida de huertana con mi vespa roja.
Por último, también recuerdo mi primera cometa. Me la trajo
mi tío Quique cuando terminó el servicio militar. Mi tío me llevó al solar que
había detrás de la casa de mis abuelos, y me enseñó a volarla. Casi todo el
trabajo lo hizo él, yo solo me encargué de sujetar la cuerda una vez que ya
estaba en lo alto del cielo, pero tampoco le podía pedir más a una niña de 4
años.
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